Por Bryan A. Chilian
Lo acepto. Estaba ahí por otra cosa. Había llegado en un modesto camión con ruta ‘libertad’, alrededor de las 4 pm de una tarde de noviembre. Me adentre en una antigua casa. La recepción fue amable, como si ya me conocieran. Debía dejar en claro mis supuestos motivos de estar ahí antes de verme envuelto en una plática familiar sin salida, y así lo hice. –Con permiso - dije atentamente a ‘la María’ como le dicen, Sobrina de la Sra. de la casa. Me desplacé con familiaridad y rapidez hacia la sala. Mis ojos recorrieron rápido los muebles; en la cocina, aquella mesa que me recuerda la onda vaselina, las malteadas y los patines. En la sala, un escondido librero, sillones tapizados de cobijas y las paredes saturadas de reconocimientos. Me extrañó no ver en el paisaje aquella máquina de escribir sobre la mesa y, más aún, no encontrar a Dalia Nieto de Leyva en el sillón de costumbre. Inferí que estaría en su habitación a la que llegue en cuestión de segundos.
La luz de la tarde entraba a la habitación por la ventana de cortinas recogidas. Dos camas individuales eran separadas por una mesa de madera, sobre la cual descansaba una vieja lámpara y una canasta de medicinas. A un costado, un tanque de oxigeno, al otro la leyenda. Decana del periodismo en Baja California y columnista del periódico ‘El Mexicano’ desde hace ya varios años. –Doña Dalia, ¿Cómo esta usted?- decía mientras le extendía un abrazo. –Colega, pues aquí, he estado enferma de los bronquios desde hace algunos días- aquella afirmación explicaba las medicinas y su permanencia en cama. –no he podido escribir mis ‘Polvaderas’ por lo mismo- Ambos reímos por la ingeniosa comparación entre Tolvaneras y Polvaderas. Cruzamos algunas palabras y después el cuarto se silenció durante algunos segundos a causa de sus problemas respiratorios. Aproveché dichos espacios para revisar con detenimiento las paredes, el antiguo cine Libertad que asomaba por su ventana y la vieja fotografía colgada de la pared a espaldas de Dalia. Hablamos un poco para ponernos al corriente, un poco de aquí, un poco de allá…
II
Expliqué rápidamente mis motivos, buscaba obtener una crónica y de ser posible algunas fotografías.–adelante, ¿qué quieres que te diga?-, preguntó Dalia rápidamente - si gustas yo puedo escribirla por ti- replicó de manera instantánea y amable. –no, para nada, ese es mi trabajo- respondí … buscaba saber de sus inicios en el periodismo y como era Tijuana en los tiempos que usted ejerció el periodismo en la ciudad- explique. – mira, sobre mis inicios en el periodismo te recomiendo que leas mi libro (Por qué me hice periodista), todo está escrito, y tengo más que decir sobre Mexicali que sobre Tijuana, de aquí te puedo contar únicamente de una casa en la que viví cuando llegue a la ciudad, en lo que ahora es la calle 9na, por ahí cruzaba el río Tijuana… - Había respondido a mi ignorancia con maestría. Guarde silencio unos segundos y reformulé mis preguntas. El resultado fue el mismo, no lograba lo que buscaba, el cliché de lo que se le ha preguntado una y mil veces. Me dediqué a escuchar lo que me quisiera decir. Comenzó a hablarme de su papa y la relación que este guardó con el General Lázaro Cárdenas, de Mexicali, de cómo a muy corta edad había dejado de lado su proyecto de ser abogada y se dedicó al periodismo. Desmenuzó cientos de arboles genealógicos, políticos y amigos del medio con la lucidez de un libro de historia. De su nacimiento, en 1920, llegamos a 1951, con su participación en la campaña de Braulio Maldonado y el reconocimiento de Baja California como Estado de la República Mexicana…
III
Nombres, fechas y acontecimientos sólo comprobaban su infinito gusto por el periodismo político. Presumió sus letras publicadas en el Diario ABC, Diario 29, El Sol de Tijuana, ZETA, El Mexicano y muchos otros espacios en donde su columna ‘Tolvaneras’ tuvo lugar. Su mirada aceitunada se mostró distante, como aquellos tiempos y aquellas palabras. – ¿Se quedó con ganas de escribir algo?-, pregunté, intentando romper el silencio. –Escribir más, no lo creo-, pasaron unos segundos y reconsideró- bueno, la verdad tenía pensado sacar un libro, alejado del periodismo, una historia de un barco pesquero que se hundió en las costas de la Baja California, pero nadie nunca me apoyo, los del Sauzal nunca quisieron. A la gente le gustan esas cosas bonitas- concluyó. La conversación nos llevó al niño de los dieces. – una de las cosas de las que me siento más orgullosa es que el ex presidente Zedillo haya sido mi papelero- a continuación relató brevemente como es que su familia le dio trabajo a la familia del ex presidente y como veían a su mama vender dulces a las afueras de un cine en Mexicali. –Ernesto era un niño muy inteligente, me parece que ahora tiene un trabajo muy bueno en los Estados Unidos, tuve el gusto de que un presidente fuera mi papelero- de la risa devino el silencio. – ¿te he dicho que Virgilio Muñoz fue compañero de escuela de mi hijo?, cuando lo veas me lo saludas- Silencio una vez más, no supimos que decir.
IV
El ruido de la puerta trasera de la casa irrumpió en el silencio. Alguien había llegado, un colega de doña Dalia había llegado de visita, al parecer un periodista de ‘El Mexicano’. Entró a la habitación, se presentó de manera rápida y afirmó que no interrumpiría, dio la vuelta y se retiró a la sala. Saqué mi cámara de la mochila, la luz de la ventana era perfecta para una fotografía de mucho contraste, de esas que me gusta tomar. -¿me vas a tomar foto?, no ¿verdad?, mira como estoy- respondió Dalia a la defensiva. No supe que contestar, no podía robar la imagen si ella sentía ausente su belleza, aquella que tanto le facilitó, según cuenta, las notas en la casa de gobierno. Supongo que me conformaría con otra imagen que había tomado meses antes. –Bueno doña Dalia, creo que eso es todo- pretendía despedirme cuando llegó, una vez más, a la habitación aquel periodista que había estado esperando. Platicamos un poco sobre comunicación, las nuevas generaciones –nadie lee, nadie escribe-. Salí de ahí con las formalidades acostumbradas, sin saber aún que escribiría. Ya en la banqueta, vi una vez más el Cine Libertad, abandonado como siempre. Pensé en la ciudad y como desaparece día con día con historias que ‘nadie lee y nadie escribe’. Cuanta falta le hace una Tolvanera a la ciudad, para que vengan y levanten el polvo de lo que fue, se haga visible. Pedacitos de historia encallados, como aquel barco en el fondo del mar, del que Dalia nunca escribió. Recordé entonces las palabras que utilizó aquella señora de pelo blanco y ojos aceituna para despedirse de mí -¡he luchado mucho y ya me canse, pronto les voy a decir god bye!-.
Ahora lo entiendo, quizás la ciudad también se canse y deje de esperarnos, a que la leamos, a que la escribamos, a que la repasemos con ojos aceitunados, con la delicadeza de un libro de historia…
publicado simultáneamente en : http://blogs.myspace.com/dark_fish